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Blog Confinados, pero no Arrinconados, por Antonio Felipe Rubio Destacados

#RadioBlog #ConfinadosPeroNoArrinconados; El perro suicida, por Antonio Felipe Rubio

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Uno de los gestos que demuestran un alto nivel de educación, urbanidad y civismo es ver al policía del barrio neoyorkino de Queens dejar a un lado su habitual surtido de donuts, bagels y pretzels para atender la desconsolada llamada de una señora que mira angustiada a su gato Ernest. El felino se ha subido al árbol y parece haber quedado encallado a medio camino en una rama. Los gatos poseen gran facilidad para trepar por los árboles, pero su limitación anatómica les impide flexionar el empeine en pronunciados descensos, y sufren auténtico pánico para bajar de los árboles. En cualquier caso, el policía, presto a la heroicidad, se suelta el cinturón del que penden la defensa, el walky, los grilletes y otras quincallas que le restan movilidad, pero también libera un generoso perímetro abdominal, circunstancia que augura una arriesgada peripecia.

Tras unos minutos de tensión, los viandantes, innumerables móviles grabando, la RKW en directo, la unidad móvil de NBC Breaking News… y los bomberos, que vienen de camino. Ya hay dos patrullas de apoyo, y se suma un nutrido grupo de ortodoxos que salían de la sinagoga. Todos aplauden tras haber contenido la emoción por el evidente riesgo. Al final, gato y policía aterrizan sin novedad. Ambos son noticia, y la dueña de Ernest se deshace en elogios. La sociedad americana se siente reconfortada en la valentía de sus héroes, la aportación de medios materiales, la colaboración espontánea y el orgullo de ser también grandes en los detalles más pequeños.

Almería, 11 de septiembre. Avenida Alhambra con calle Villaricos. Son casi las once y media de la mañana. Alguien ha llamado a la Policía. Un perro de mediano tamaño ha salido por la ventana y descansa sobre el alfeizar. Es un tercero, y el espacio es muy pequeño; un traspié, y el can puede caer. En previsión, unos vecinos sostienen una manta en la vertical del despeñe. Llegan los bomberos con el camión de escala telescópica. Despliegan un colchón inflable para el protocolo de intento de suicidio. El joven y ágil bombero accede, acaricia al perro, lo tranquiliza y lo introduce en la vivienda por el mismo sitio por donde salió. Al poco, el bombero sale del portal y recibe unos tímidos aplausos.

Todo ha salido bien. No hay nada más que decir, salvo la miseria intelectual que se desata en las redes sociales.

No hay nada peor que creerse una sociedad con grandes valores en educación, urbanidad y civismo cuando sólo somos protervos aspirantes a la vieja del visillo y el tío de la vara.

Nada más aparecer los videos del rescate del perro, sale la jauría a condenar la presunta negligencia de los cuidadores que, al parecer, dicen, castigaron al perro con una temporada en el alfeizar. Otros, les culpan de imperdonable descuido al dejar la ventana abierta. Algunos, abundan en el recrudecimiento del “delito” por abandono y maltrato animal. Los más vengativos exigen el pago inmediato del servicio de Bomberos, despliegue de Policía Municipal y alguna otra imaginativa sanción administrativa. El caso es juzgar, condenar, sancionar, criticar… Y así se explican muchas cosas.

Se explica que Rubiales sea un abusador, maltratador y violador por el tipificado urbi et orbi delito “sexual” del piquito. Se explica que la amnistía sea tan normal como condonar una ronda con tapa extra. Se explica que si defiendes la Constitución y la unidad nacional te acusen de antidemocrático, golpista e incitación al alzamiento. Se explican tantas y tantas cosas que nos hacen más timoratos, más borregos, más mamertos, más tontos de baba. Además, nos encanta dictar y propalar sentencias desde una ficticia prepotencia, la del empoderamiento, que no es más que un adocenamiento en el redil del control de nuestra voluntad y opinión libre. Así se entiende que el perro fuese un intrépido o que ha visto tantos telediarios como para arrojarse al vacío

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