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#RadioBlog #ConfinadosPeroNoArrinconados: Madame bocachancla, por Antonio Felipe Rubio

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No es la primera vez ni la última que vamos a ser objeto de escarnio por parte de propios y extraños que, con aviesos intereses, critican y malparan nuestro modelo de producción agrícola.

Esta película ya la hemos visto. Es llegar Fruitlogistica y aparece un reportaje, una publicación, una denuncia… y alguna bocachancla que enciende las redes y endemonia al sector. Ya tenemos un nuevo reportaje en televisión de la cadena francesa LCI-TF1 que remueve las conciencias del gabacho identificando los productos almerienses con inmigrantes sometidos a un régimen denigrante y carcelario en los invernaderos.

En idénticos niveles de infamia, pero con glamour de pasarela gilipó, la otrora delfín del socialismo francés Ségolène Royal, ha definido el tomate ecológico español como “incomible”. Lejos de entrar en las preferencias, calificativos, aprecios y desprecios de este personaje que, desde su merecido declive, aprovecha la coyuntura de unas manifestaciones y reivindicaciones del sector para abrirse paso y notoriedad con esta invectiva tomatera;  n o obstante, trato de encontrar algún argumento mínimamente objetivo, incluida alguna tribal aversión, fobia o terror insuperable hacia el tomate español, pero no alcanzo a entender dónde radica esta gilipolluá. En cualquier caso, creo entender a madame Royal, así como su tomatofobia y su ascenso a la tomatosfera. Entiendo que Ségolène Royal ha sido víctima de las bobadas solemnes de su admirado Zapatero. Sí. Esta semoviente se mostró seguidora y coincidente con las líneas ideológicas del socialismo de José Luis Rodríguez Zapatero. Para Royal, ZP fue como el espejo donde se reflejaban todas esas imbecilidades de la alianza de civilizaciones, la “extensión de derechos” y el lenguaje políticamente correcto. No en vano, y al igual que Zapatero, Royal apostaba por abrir las puertas de la UE a Turquía.

Que la Royal diga gilipolluás sobre el tomate español no ha de inquietarnos. Sólo hay que ver los lineales de los súper y los expositores de marchés de barrio con el tomate Raf y otras variedades almerienses como las más cotizadas y solicitadas por los consumidores que, afortunadamente, no tuvieron a ZP como inspirador intelectual.

Pero si hay algo que me supera es la tontuna de algunos políticos, empresarios y agentes sociales que, ante agravios como el de madame Royal, reaccionan con la “invitación para que conozca de primera mano la realidad y las excelencias de nuestros productos” y tal y tal y tal.

No sé por qué hay que invitar a nadie a reparar sus propios excesos o insultos, cuando lo que merece es el desprecio o una severa reconvención, según el grado de responsabilidad social e influencia que pueda trascender. La obligación de alguien que se apresta a opinar, calificar o denostar algo o a alguien ha de saber de qué está hablando. Nunca podemos interpretar que esas descalificaciones son fruto del desconocimiento y, tras una generosa y didáctica invitación, suponemos que quien nos puso a parir ahora se va a convertir en uno de los mayores y más convencidos prescriptores de nuestras bondades gastronómicas. No. No nos hagamos ilusiones. La solución no radica en una invitación para conocer la realidad de nuestro campo que, como toda actividad humana, tiene sus problemas e imperfecciones.

Para evitar esta reiterada insidia hay que mostrar la fortaleza que imprime el respeto. Y ese respeto tiene que partir de nosotros mismos; aunque, a veces, parecemos nuestros peores enemigos y detractores.

Lamentablemente, en el ejercicio de los negocios no prima el arrumaco cariñoso. Para triunfar hay que tener, entre otras cosas, suficiente capacidad de respuesta ante los ataques. En la guerra se le llama capacidad y potencia de fuego; y en el comercio y los negocios se defiende y se ataca con sólidos y eficaces lobbys. Pero en Almería, el lobby de la agricultura es una más de las oportunidades perdidas que, como en otras materias, nos expone, inermes, a estos desaforados ataques de cualesquiera bocachanclas que, insultándonos, aspiren a la obsequiosa invitación de un ministro, una consejera o el mismísimo presidente del gobierno.

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