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#RadioBlog #ConfinadosPeroNoArrinconados: Pedrito y Albertito, por Antonio Felipe Rubio

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Érase una vez dos niñitos que tenían serios problemas para convivir sin sobresaltos y tensiones. Además, poseían la rara habilidad de enfadar a propios y extraños, y sembraban la confrontación y la rivalidad pandillera.

Pedrito era un niño bien parecido, aunque no destacaba en los estudios. Lo poco que conseguía era fruto de copiarse de los compañeros y, sin pudor, hacía alarde de su incultura y el escaso provecho de los cursos que aprobaba experimentando tímidos fraudes que, en un futuro, se convertirían en una constante y seña de identidad de su desprecio por la verdad, el honor y la dignidad.

Albertito, por el contrario, era muy aplicado en los estudios, pero se llevaba muchos capones de sus compañeros que, con toda crueldad, lo asimilaban con el gafotas sabihondo, exento de bordería. Lo que más fastidiaba a Pedrito era la actitud de Albertito: respetuosa con el orden, el esfuerzo y el mérito. O sea, que parecía un apollardao, frente al “artista” de Pedrito que, además, tenía la facultad de protagonizar todo tipo de tropelías y golfadas, pero siempre salía airoso por su gran habilidad para echarle la culpa al pardillo Albertito.

Como eran vecinos del barrio, Pedrito y Albertito pasaban siempre por la misma acera de la pastelería. Carlitos Cocomocho era el mozo del obrador y dependiente del despacho de dulces y bollería. Carlitos había desertado de los estudios y se cobijó en el dulce destino las mejores especialidades de chocolate belga.

Una mañana, Albertito y Pedrito coincidieron en la pastelería. Primero, llegó Albertito, que fijando su mirada en un tarro con siete impresionantes piruletas se mantuvo dubitativo, aunque ansioso. Pedrito llegó un minuto más tarde y le inquirió.

– ¿Qué te pasa. No te decides. Es que no tienes dinero?

– No, dinero si tengo, pero me parece una barbaridad comprar esas siete piruletas por el dinero que piden.

-Pero, ¿has pedido el precio, Albertito?

-Claro, Pedrito. He preguntado a cómo están las piruletas, y me han dicho que según.

-Según qué, Albertito; que pareces tonto.

-Pues no sé. Dice Cocomocho que si las siete de golpe o una por una. Y que la primera tiene un precio diferente de la segunda, y que no sabe a qué precio me pondrá la tercera… O sea, que yo no tengo ni dinero ni ganas de esas piruletas.

-No vas a aprender en la vida, Albertito. Mira, yo le voy a sacar del monedero a mi madre, Españita, el dinero que pide Carlitos, y me quedo con las siete piruletas al precio que sea.

Y así fue que Pedrito se hizo con las piruletas y un buen número de deliciosos caramelos, que consiguió como regalo de la fructífera operación.

Los caramelos los iba repartiendo por las diferentes jaulas donde mantenía a sus loritos, tucanas, grajos, urracas, buitres y otras especies de rapiña.

Lo cierto es que cada caramelo que daba Pedrito a Ferreritas, Angelines, Pepita o Escolarito trinaban, graznaban y los loros repetían: “Albertito preguntó a cómo estaban las piruletas. Albertito preguntó a cómo estaban las piruletas”. “Albertito es un mentiroso”. “Albertito es culpable”.

Y Albertito, acobardado, sólo podía decir: “Pero si ha sido Pedrito el que se ha comido las siete piruletas con el dinero de Españita, y no para de dar caramelos para que me vociferen que yo soy el mentiroso y el culpable”.

¡Pero si yo sólo pregunté a cuánto están las piruletas!

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