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El problema somos nosotros

BLOG: ‘El problema somos nosotros ’, por Antonio Felipe Rubio

En estas horas de sofocante calor las noticias orbitan el Debate sobre el Estado de la Nación. Este evento, como dirían los cansinos evocadores de su miserable egocentrismo, es histórico; histórico porque lleva siete años sin celebrarse: cuatro años de Sánchez y tres de Rajoy han hurtado a la población la posibilidad de fiscalizar el ejercicio de gobierno por parte de una administración que se ha refugiado en la pandemia y sus consecuencias socioeconómicas, así como diversos accidentes geográficos y otros agentes de la naturaleza que han servido para mantener silente y secuestrado el ejercicio democrático.

Ni siquiera una guerra mundial cerró el Parlamento británico. W. Churchill mantuvo viva la actividad parlamentaria con las bombas nazis cayendo a pocos metros de los escaños que ocupaban presencialmente los representantes del pueblo. Sin embargo, ahora, con tantos avances tecnológicos para la teleconferencia, voto electrónico y otras facilidades el Parlamento español se amilana y paraliza su actividad hasta este momento histórico de sequía democrática pletórica de decretazos y otras artimañas que han evidenciado la cara más sectaria y vil de un gobierno dispuesto a aguantar en el poder con los más detestables procedimientos y los más indeseables apoyos.

No seré yo quien reste importancia y trascendencia a la guerra de Putin. Ciertamente, la invasión de Ucrania abre una espita de incertidumbre que no han sabido atajar oportunamente los países de la OTAN y la Unión Europea. La crisis de recursos energéticos, la inflación y la recesión económica son efectos que evidencian la debilidad y falta de previsión ante la dependencia de sectores estratégicos, vitales para una autonomía que se presumía infalible.

No hace falta mirar hacia el exterior para descubrir que la debilidad que ahora nos desborda no es otra cosa que fruto de nuestra propia ingenuidad. Y valgan algunos ejemplos de casa para ilustrar nuestro fracaso en base a la bonhomía, brazos abiertos, calentamiento global, transición ecológica… y los innumerables mantras que nos arrinconan en el miedo a caer en el club de los negacionistas, fachas, xenófobos y machistas que no siguen la senda del discurso políticamente correcto de ellos, ellas y elles.

Acabamos de cerrar la Central Térmica de Carboneras, la más ecológica de Europa y ejemplo de inversión para evitar la contaminación de CO2 y NOx; mientras tanto, Alemania abre una gemela de carbón. Prohibimos la extracción de gas mediante fracking en España, pero lo compramos a USA extraído por idéntico procedimiento y a través de buques metaneros. Compramos energía eléctrica nuclear a Francia, pero cerramos nuestras centrales atómicas cuando la UE declara “energía verde” el gas y la nuclear. Mantenemos cerrado el Hotel Algarrobico cuando países competidores inauguran complejos turísticos que desvían el negocio hacia otras latitudes “amigas”. Y no sabemos cómo contener la avalancha de inmigración ilegal, que se usa como munición ante las desavenencias generadas en el norte de África. Y así, un interminable recital de despropósitos que, además de generar un efecto llamada por nuestra manifiesta debilidad, es el mejor terreno abonado para identificarnos como objetivo fácil y vulnerable.

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