VIDEO BLOG #MIEDODEQUÉ?, por Víctor J. Hernández Bru.
La pasada semana, asistimos a una resolución del Parlamento Europeo en la que se condenaba por igual al nazismo y al comunismo, por las tremendas brutalidades que ambos movimientos políticos trajeron consigo en la primera mitad del siglo XX en Europa.
La resolución es tan aleccionadora como sorprendente, puesto que hasta ahora estábamos acostumbrados a que sólo desde perspectivas de izquierda se podían establecer tales condenas, lo cual ha supuesto la construcción de un relato histórico que nos ha dejado a los nazis con una imagen pública muy parecida a la realidad, es decir, unos señores totalitarios, racistas y absolutamente sin sentimientos para con quienes no participaban de sus ideas; y a los comunistas como unos seres blancos y dulces, que pasaron por países como la Unión Soviética, España o Francia dejando tras de sí un halo de buenismo y comprensión para con el diferente.
La imagen del comunismo es, rotunda y obviamente, muy diferente al desarrollo de dicha ideología allá por donde ha pasado y especialmente por donde ha gobernado. Por eso la Unión Europea ahora insta a retirar sus símbolos de calles y plazas, como se hace desde hace algún tiempo con el nazismo y el franquismo en España.
En estos días se ha establecido una condena pública contra Javier Ortega Smith por haber sacado a la luz la parte de realidad de las llamadas Trece Rosas es imposible de mencionar, so pena de ser sometido a tortura pública. Algunas de estas señoras, que evidentemente jamás debían haber sido condenadas a muerte, como tantos otros lo fueron injustamente en el franquismo o en la URSS de Lenin y especialmente Stalin, en la Alemania de Hitler o en la Italia de Musolini; o aquellos que fueron asesinados institucionalmente con la connivencia del gobierno y del Estado en la Segunda República Española, habían practicado actos terroristas durante su corta vida, porque la mayoría de ellas murieron, repito, tristemente, muy jóvenes. Pero decir eso, es decir, contar la parte oculta de la realidad es sinónimo de que caiga sobre ti una avalancha de insutlos, descalificaciones, tópicos y lugares comunes y, sobre todo, de acusaciones de haber dicho mucho más de lo que en realidad has dicho. Es lo que, una vez más, le ha ocurrido a Ortega Smith, aunque quiero pensar que a él le da exactamente igual; afortunadamente.
Mientras, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, se ha llevado también lo suyo por recordar que en la Segunda República y durante los años de la Guerra Civil, una parte de la izquierda se limitó a quemar Iglesias y se preguntaba si, tras ordenar la exhumación del cuerpo de Franco, volverán esas acciones.
El sábado por la mañana, mantuve una interesante discusión con una compañera periodista, que partía de su miedo, odio y asco hacia las posiciones de Ortega Smith y Díaz Ayuso. Como quiera que aunque podamos estar en desacuerdo en otras cosas, lo dicho por Ayuso viene acompañado de un preciso rigor histórico, así se lo hice saber a la señora en cuestión, que no tardó en atacarme personalmente con alusiones como “se te ve la patita” y otros insultos y lindezas.
Es lo que habitualmente denominamos superioridad moral de una parte de la izquierda, ideología ésta en la que hay espléndidas personas, magníficos gestores y excepcionales políticos, pero entre los que también encontramos con cierta asiduidad a gentes desprovistas de cualquier rigor y conocimiento, que en cuanto alguien les lleva la contraria en sus postulados se revuelven como perros rabiosos sin conocer ni a su padre. Afortunadamente, con todo el respeto y el cariño, cada día somos más los que no estamos dispuestos a avergonzarnos de defender nuestra libertad, aunque sea con posiciones que hubieran supuesto cuatro tiros en la checa dirigida por Carrillo y La Pasionaria