VÍDEOBLOG #MIEDODEQUÉ?, por Víctor J. Hernández Bru.
Por naturaleza, el ser humano nunca tiene la culpa de nada. Todos somos inocentes de todo, hasta de aquello con lo que nos cogen con las manos en la masa, como los tarugos ésos a los que han trincado cargados de explosivos, que han dicho que los querían para hacer ruido.
Como me gusta llevar la contraria, uno de los posicionamientos que más atractivos me resultan es el de la autocrítica y, como periodista, soy muy crítico con lo que pasa en mi profesión.
Como ya sabréis más de uno, el viernes acudí a una rueda de prensa de uno de mis personajes políticos favoritos del actual panorama: Rodrigo Sánchez Haro, ex consejero de Agricultura de la Junta y parlamentario andaluz del PSOE. No suelo prodigarme en ruedas de prensa porque el trabajo no me lo suele permitir, pero el viernes pude ir.
Como nunca había estado en ninguna comparecencia del personaje en cuestión, le tenía guardadas varias preguntas, más que nada para corroborar a efectos prácticos mi teoría de que estamos ante un caso típico de representante político al que los actos, el protocolo, las fotos y las sobadas de lomo a sus jefes no le dejan tiempo para hacer su trabajo, ni siquiera para estudiar un poco de aquello sobre lo que nos quiere dar lecciones.
Le hice tres preguntas y no respondió a ninguna, mezclando en sus intervenciones la crítica a todo el que no sean él y su partido y las frases hechas para salir del paso.
Pero la anécdota a la que hoy me refiero comenzó tras la rueda de prensa, cuando un compañero periodista, que no había hecho ninguna pregunta, que había permanecido durante la comparecencia como una seta plantada en su silla, se dirigió a mí para recriminarme que me hubiera presentado como periodista de Radio Marca.
La acusación reunía dos problemas: el primero es que el tipo en cuestión, acaso por haber estado dormitando en su silla durante la rueda de prensa, no se había enterado de que me presenté como lo que soy, periodista de Es Radio y Radio Marca; tal cual. Pero lo más importante no fue su falta de atención a lo que allí había pasado, ni siquiera su atrevimiento de meterse en mi trabajo, mientras yo no había entrado en la falta del suyo; sino su perspectiva de que lo que yo había hecho allí era molestar, actuar como un fiscal, me dijo textualmente.
No tuve más remedio que decirle al tipo que el trabajo de los periodistas es preguntar y, si es sobre cuestiones que molesten a los representantes públicos cuyos sueldos pagamos y cuyo trabajo estamos periodísticamente obligados a fiscalizar, mucho mejor.
Obviamente, en aquel intercambio de opiniones, había dos periodistas; uno que había cumplido con su trabajo aquella mañana y otro que no. El gran peligro de todo esto es que vivimos en un momento en el que hacer preguntas comprometidas, hoy por hoy, te concierte en un bicho raro. Menos mal que servidor, en tal papel, disfruta como un cochinillo en un charco; como un político en una rueda de prensa sin preguntas; como un periodista seta dormitando en su silla mientras se la cuelan doblada.
